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Destinos Entrelazados

Actualizado: hace 5 días

Diario en tiempos de seducción . . .

Es sábado a finales de abril. Esa noche, junto a mi hermana de 17 años y a algunos amigos, decidimos ir a una fiesta juvenil organizada por el club del barrio.

Compartimos nuestro propósito con nuestros padres, como es preceptivo, dando por descontado su beneplácito. Media hora antes de partir, mi padre le niega el permiso a mi hermana, lo que provoca su previsible y airada reacción.

Quedo atónito, pero no me atrevo a preguntarle la razón de tan desatinada actitud. Quizá fuera por recelo o por un mal entendido gesto de sobreprotección.

Yo trato de consolarla, mientras mi hermana llora de ira en un rincón, tal; que salgo solo y atribulado. Con 20 años y ganas de marcha, cambio de idea y en vez de ir a la fiesta del club, me dirijo a una discoteca de moda en el centro de la ciudad.


Entre deslumbrantes haces de neón y buena música de los 60, me dedico a otear el paisaje, hasta que mi mirada se posa en una mesa donde charlan animadamente tres amigas, pero solo me fijo en una de ellas, la que está sentada casi de espaldas. Pulula mucha competencia con la misma idea.

Ella parece ajena a tanta demanda, pero destaca en la luz difusa del entorno, con su pelo rubio recogido a la nuca, ceñida en su vestido de terciopelo oliva y sus tacones de aguja. Es alta, delgada y guapa en todo sentido.

Con pocas esperanzas de éxito, igual me hago un hueco contra la barra del bar, buscando un rincón estratégico, copa en mano.

En un momento dado, tras un leve giro con su cabeza, se cruzan nuestras miradas; es un gesto furtivo y fugaz como un destello, pero me anima a acercarme a su mesa e invitarla a bailar. Ella acepta y me regala una leve sonrisa. No solo es atractiva, sino que también se muestra simpática, mantiene un buen diálogo y es una bailarina entusiasta. Bailamos rock & roll, bailamos pegados.

Esa noche ve nacer un romance.

Las cálidas brisas de aventura de un sábado por la noche se tornan  espontáneamente en un vendaval de amor.


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Diario en tiempos de aflicción . . .

Mientras dormitas, en posición un tanto incorporada en la cama articulada del hospital, te contemplo en silencio sentado en la silla que he acercado al costado de tu lecho. Sí, conservas tu perfil refinado y atractivo del que me enamoré en mi juventud, aunque ya no luces aquel pelo largo y rizado natural que fue tu seña de identidad, ya que, por razones de comodidad y conveniencia, te lo has hecho cortar e inconscientemente te imagino con esa melena de otrora, en tonos rubio-cobrizos cayéndote alborotado sobre los hombros.

Cuando despiertas, tu expresión tristona se queda estática; mirando el cielo raso blanco y sin estrellas de la habitación, absorta en no sé qué pensamientos, pero pronto recobras tu temple vital, sin darte cuenta de que tu semblante paliducho delata un estado emocional frágil y en rebeldía frente a una realidad cruel.

Mientras, tu cuerpo debilitado y dolorido yace arropado entre sábanas blancas y cojines que colocamos oportunamente a modo de soporte para favorecer cambios de postura y procurar proporcionarte algún confort.

Eres como una flor que va perdiendo lentamente sus pétalos. Es esa misma flor que, en su plenitud, supo eclosionar y de su fuerte y lozano tallo surgieron brotes y más brotes, hasta tres generaciones de descendientes, que hoy te rodean y contemplan con gratitud. Es tu orgullo, fruto de la labor de tu vida.

 

Mientras estoy concentrado dando forma a este relato, los pasillos del hospital son un enjambre de actividad, donde médicos, enfermeras, celadores y asistentes se esfuerzan por cumplir cada cual con su cometido, conformando un servicio tanto sanitario como de asistencia personal de calidad superlativa, todo complementado con un trato afable y cálido que induce a un ambiente de complicidad y confianza en el personal.

Hoy le han trasladado a una cama de nueva generación, equipada con un colchón que propulsa una corriente de aire direccional desde los pies hasta el torso, lo que contribuye a la oxigenación de la piel, previniendo así, posibles ulceraciones. 


Ya se cumplen veinte y tantos días de ingreso hospitalario y te has acostumbrado a las rutinas diarias. No pierdes tu coquetería, te peinas, te perfumas, cremitas en manos y pies y arreglo de uñas a diario, con la excepción del maquillaje facial, que, por razones sanitarias, has tenido que abandonar de momento.

Pero este solaz está en vísperas de llegar a su fin. Al comienzo de la nueva semana, un equipo médico integrado por cuatro profesionales hace su presencia para dar cuenta de los exhaustivos estudios realizados. El diagnóstico no deja resquicio a la esperanza; se trata de aceptar una terapia de alta intensidad, susceptible de generar efectos nocivos, o, dejar que la naturaleza siga su curso e imponga sus tiempos.

Mujer valiente donde las haya, y con gran entereza espiritual has descartado la primera opción. En conciencia has escogido el camino más breve. Tu resolución es volver a casa, es lo que deseas, volver a convivir en tu espacio con tus objetos cotidianos, tus fotos, tus plantas, tus luces y sombras. Es tu íntima ilusión.

Pero una vez más te enfrentas a la frustración: los médicos lo desaconsejan, tras escuchar sus argumentos, aceptas el ingreso en cuidados paliativos.


Lenta pero inexorablemente van pasando los días, las semanas.

Siempre acompañada, por momentos, algún pequeño estímulo o ligeras alegrías tornan tu semblante, haciéndote olvidar, por instantes, esa mirada mezcla de resignación e infinita tristeza.

El momento llega con las primeras luces del amanecer; el reloj de tu vida se detiene. He llorado porque te has ido, pero más aún he sonreído, porque has vivido.

Es solo una pausa. En la infinitud de las alturas nuestros destinos volverán a entrelazarse.

 << Vivir en el corazón de los que dejamos detrás de nosotros, no es morir  >>

 

 
 
 

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2 comentarios


Kuke Rey
Kuke Rey
06 nov

Qué forma tan hermosa de hablar del amor compartido. En muy pocas palabras logras transmitir una vida entera de cariño, complicidad y presencia. Gracias por abrirnos esa ventana íntima, tan sincera y tan luminosa.

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Mi hermosa mamá

ree

Editado
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