En una noche oscura y tormentosa
- Pemeco

- 25 oct
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 7 nov
La oscuridad de la noche hacía más pavoroso el ruido ensordecedor de los truenos. El resplandor de cada rayo creaba un escenario tétrico bajo el aguacero de las calles de ese pequeño pueblo en Argentina, ubicado muy lejos de todo en la provincia de Santa Fe, que descansa junto al río Paraná.
Casi impetuosamente me zambullí una vez más en el camperón de cuero de mi abuelo Fermín, ese que trajo de su amada tierra aragonesa. Así, calzado en sus botas de caña alta me lancé al lodazal de las desiertas calles de tierra del pueblo, rumbo al río, en la seguridad que esas botas se deslizarían mágicamente a cualquier lugar y por cualquier tiempo. Esas botas que mi “Yayo” (modo de decir abuelo en la Comunidad de Aragón), llamaba: “De las Siete Leguas”.
En cada temporal se repite siempre la misma escena:
¿Qué sentido me mueve a ese extraño comportamiento??.
¿Qué razón encierra ese irrefrenable impulso que aún me lleva a sumergirme en cada tormenta??.
Mi historia empieza cuando mi abuelo Fermín, después de ver morir a su mujer, hermanos e hijos en la cruenta Guerra Civil Española, con escaso equipaje viajó desde Aragón hasta el Puerto de La Coruña, donde embarcó con Gema, quien quedó como su única hija de 15 años. Gemita la llamaba mi “Yayo”. A sus ojos siempre fue una niña.
Allí una añosa fragata estaba presta a zarpar llevando a todo ser deseoso de escapar de aquel infierno que olía a pólvora y sangre, con rumbo a esa tierra prometida, en la esperanza de empezar una nueva vida y hacerse: “La América”.
Los tripulantes y pasajeros de aquella fragata sortearon momentos muy duros en alta mar, finalmente a fuerza de plegarias; por milagro divino, cruzó el océano.
Todo ser humano de esa embarcación esperaba llegar para empezar la nueva vida. Mi madre se anticipó a todos. Ella creó una nueva vida a bordo: La mía.
En mis primeros años el amor y energía de un padre lo sentí en mi “Yayo”, ya que nunca conocí a mi padre biológico.
Finalmente, como resultado de mi insistencia en conocer mis orígenes, una serena noche, bajo las estrellas, mi madre me contó.
Su relato comenzó describiendo lo ocurrido en esa añosa fragata. Era una noche tormentosa. Ella estaba aterrada viendo cómo olas que superaban los 15 metros sacudían y bañaban la cubierta de ese barco.
Ella ahí, sin poder llegar a los camarotes quedó abrazada a uno de los mástiles y entre llantos y súplicas, sintió unos fuertes brazos de un joven marinero que en alta y serena voz le dijo: -No temas, no dejaré que nada malo te suceda-. Y así fue que ella sintió serena paz y se dejó llevar.
Mi madre, de repente se vio dentro de una de las lanchas de salvataje cubierta con una gruesa lona, que se mecía ruidosamente en ganchos de hierro.
Ya no se veían las olas y el sonido dejó de ser pavoroso. En ese contexto, guiada por ese joven marinero y como si hubiese ocurrido en una serena noche, fui concebido.
Al arribar al puerto de Buenos Aires mi abuelo y mi madre fueron guiados, como todos los llegados de Europa, al Hotel de los Inmigrantes ubicado en lo que hoy se conoce como Puerto Madero, al borde de la ciudad. Allí todas las tardes, sin poder salir de las inmediaciones del hotel, mi madre era visitada por ese marinero valenciano de nombre Jordi.
Pasaron semanas donde trámites y empadronamientos la obligaban a permanecer en el hotel. Todo ese tiempo mi madre me contó de ese amor que los rodeaba. Amor que no tenía límites de espacio, ni de tiempo y cada día era distinto.
Llegó el día en que la fragata debía volver a España a buscar más de sus compatriotas. Fue cuando Jordi dijo: -Gema, mi vida será en estas tierras, junto a ti y a los hijos que tendremos. Iré a España a despedirme de mis padres y hermanos y volveré en la primera embarcación con destino a Argentina.
Mi madre aún conserva ese pañuelo persa que mi padre tenía de uno de sus viajes, el mismo con el que secó sus lágrimas el día que zarpó la fragata rumbo a alta mar.
Las noticias llegan, tarde o temprano siempre llegan.
En el viaje de regreso a la madre patria, la añosa fragata en otra tormenta como aquella de mi concepción no repitió el milagro y la vieja embarcación fue llevada al fondo del mar. Y con ella llevó también el sueño de un joven marinero que sin saberlo iba a ser padre de un hijo de su amada Gema.
Me llamo Jorge (Jordi, en valenciano). En cada tormenta siento que mi corazón grita por un amor de padre que tampoco tiene límites. He aquí mi hipotética teoría, que para mí no es hipotética, ni es teoría. Es energía y clamor de genes que reviven en cada noche oscura y tormentosa.
TRISTEZA

La vida es eso que te pasa mientras haces otros planes
John Lennon
Después de muchos vaivenes emocionales, Jorge se presentó en la famosa residencia de descanso mental: “REMANSO INTERIOR”.
Mientras esperaba en la recepción, su mirada se clavó en la frase de un cartel estratégicamente ubicado, que decía:
" La vida es eso que te pasa mientras haces otros planes"
(John Lennon)
Después de leerlo, Jorge bajó la vista murmurando:
- Esto no es para mí. Yo ya no tengo planes.
La recepcionista colgó el teléfono y se dirigió a Jorge:
- Perdón señor por la espera. ¿Puedo ayudarlo??.
Jorge dibujando una sonrisa dijo:
- Hola. Tengo pedida una cita.
Después de identificarse, la recepcionista lo acompañó hasta el último salón donde lo aguardaba una señora que al verlo dijo:
- Adelante señor. Después de haber cancelado usted varias consultas que solicitó. Finalmente nos conocemos!!!.
Jorge, clavó la vista en esa mujer parada junto a un viejo escritorio con una bata oscura que cubría todo su cuerpo. Ella tenía un arrugado pañuelo gris envuelto en su cabeza, y unas gafas de gruesos vidrios, que parecía: “culo de botella”.
Jorge, en la penumbra de esa sala de grandes ventanales tapados por pesadas cortinas, trató de disimular la sensación que recorrió su cuerpo en esa atmósfera siniestra, y con voz temblorosa respondió:ir a verla.
-
- Le pido disculpas señora. No me fue fácil ven Si bien siempre supe de su existencia, cobijé la esperanza de nunca conocerla.
Para darse una pausa, Jorge tomó una bocanada de aire y agregó:
- Estoy en un duro momento y me recomendaron venir a esta Residencia: “Remanso Interior”, que dirige y entablar con usted una buena relación.
- Espero que no se ofenda y sepa entender el “por qué” jamás quise acercarme a usted: Señora Tristeza.
En esa penumbra, no era fácil distinguir los gestos de la señora Tristeza, mientras se sentaba detrás de su escritorio.
Sin embargo, Jorge imaginó en ella una sonrisa socarrona de tono burlón.
Ello no perturbó a Jorge, quien siguió diciendo:
- El por qué elegí estar siempre lejos de usted, es que de chico conocí a la señora “Alegría”. Ella supo alegrar mi vida.
- A ella la recuerdo: Jovial, dulce, con cabello rubio y ondulado, cuerpo escultural y grandes ojos verdes que cuando sonreía, brillaban.
- Desde ese entonces muchas veces jugamos juntos.
- Pasaron los años y siendo yo ya mayor, Alegría se convirtió en la gran motivadora de mis proyectos, que estando juntos se convertían en realidades.
- Llegamos a ser muy íntimos.
- Ya, en mis primeros años de juventud muchas noches, acurrucados compartimos la cama. Me gustaba despertar y sentir a Alegría en mí.
- Sí!!, disfruté mucho nuestra amorosa relación.
- Fuimos siempre, UNO MISMO.
- Tanto que a pesar de sostener que soy una persona independiente, fui dependiente de Alegría.
- Ella me concedía placer y la preferí a cualquier otra dependencia.
Los ojos de Jorge, se empezaron a humedecer. Los cerró, hizo una pausa y agregó:
- No se que pasó, ni el por qué; pero cuándo más la necesité Alegría desapareció.
Se entrecortó la voz de Jorge y temblorosamente siguió diciendo:
- Señora Tristeza, usted sabe que:
· la muerte de un ser querido,
· la separación de un ser amado y
· la mudanza a un país lejano,
son rupturas de lazos que pueden destruir al hombre más fuerte.
- Eso lo viví yo inesperadamente y todo a la vez. Fue una gran bofetada que me dio la vida.
- En ese momento sentí que Alegría -quien siempre me acompañó- ya no estaba en mí.
- Ya van para dos los años en que busco a mi amada Alegría en cada uno de mis días y no la encuentro.
- Clamo por ella cada noche. Mis súplicas retumban en mi dormitorio, hasta que se secan mis ojos y el sueño transformado en pesadilla me atrapa.
La señora Tristeza se mantenía impávida sentada tras el sillón en absoluto silencio. Silencio que incomodaba a Jorge, quien siguió hablando:
- Estoy teniendo sesiones de terapia donde me explicaron que hay un tratamiento ancestral que debo traspasar, que se llama: DUELO.
- Señora Tristeza: Por eso estoy hoy aquí.
- Sé que durante todo el tiempo que transcurra ese duelo, deberé transitarlo con usted.
- Por eso, vengo a entregarme a sus brazos.
La voz de Jorge se apagó, su garganta parecía estrangulada. Una lluvia de lágrimas asomaron de sus ojos.
La señora Tristeza, absorta en el relato de Jorge, sin decir palabra se puso de pie, caminó hacia el ventanal y tirando de un grueso cordel deslizó la pesada cortina.
Los reflejos del sol comenzaron a inundar el salón. Los ojos de Jorge se posaron en la señora Tristeza.
En un momento, las miradas se cruzaron. Con movimientos suaves Tristeza comenzó a quitarse el pañuelo gris de su cabeza, que lo dejó sobre el escritorio, junto a las gafas de vidrio “culo de botella”.
Tristeza, disimuladamente abrió su bata oscura dejando al descubierto un cuerpo escultural.
Jorge, sintió paralizada su respiración cuando vio frente a él una mujer: Jovial, dulce, con cabello rubio y ondulado. De repente dibujó ella una sonrisa y sus grandes ojos verdes comenzaron a brillar.


Me emocioné con la historia Padre.
Seguí escribiendo porfa.
Te amo.
Tu hijo.