Yago Marín
- Yolanda de Asumendi

- 10 jun
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 11 jul
Madrid, 1979 Era Yago Marín el chico más popular de COU.
No sólo de su clase de letras puras, sino también de todas las demás. Se le solía ver rodeado tanto de admiradoras que amaban los logaritmos y las raíces cuadradas, como de jóvenes que eran felices traduciendo La Ilíada. Lo cierto es que Yago Marín era dolorosamente guapo: cabello rubio rizado y largo, dulces ojos de color uva y todo ello acompañado de una manera de ser llena de simpatía. No despertaba los celos de sus compañeros y sí la admiración de ellas y de no pocos profesores. Quizá uno de sus mayores encantos fuera que él no era totalmente consciente de ellos, y el caso es que su pequeña corte era tan visible que no podía ignorarse. Llegado el temido momento de los exámenes finales una inusitada fiebre de estudio se apoderaba de los alumnos. Eran estudiantes muy jóvenes, recién salidos del colegio, todavía con el miedo a ser sorprendidos con la lección en blanco. Con el temor de ser expulsados de clase por hablar muy alto o por comer chicle. Sacaban su paquete de cigarrillos casi a hurtadillas, sin darse cuenta de que ya estaban en COU y que se podía fumar sin tener que esconderse en los lavabos, de que a los profesores se les llamaba de tú, de que cuando entraba un catedrático en clase no era necesario ponerse de pie...
Yago Marín pasaba por todos esos momentos como de puntillas. Llegaba sin nervios, comentaba en los pasillos, hacía su examen y salía tranquilo, con su cigarrillo en la boca y su sonrisa en los labios. Y cuando se colgaban las notas en el tablón de anuncios, nunca tenía menos de cuatro notables. Ni que decir tiene que Yago tenía admiradoras y enamoradas (y tal vez enamorados, pero en aquellos años no se hablaba fácilmente de esas cosas...). Era amable con ellas, salía con alguna de vez en cuando, también salía en grupo y se divertía hasta altas horas de la madrugada, en locales llenos de humo, de cubalibres y de música de Nacha Pop.
Cuando acabó el curso, como era de esperar, Yago lo terminó de manera brillante. Celebró una gran fiesta en el chalet familiar. Fiesta de despedida de curso y comienzo de la vida universitaria. De aquella fiesta salieron muchas canciones de Loquillo, de Tequila, de la Unión, de Gabinete Caligari... y muchos corazones rotos, porque el grupo se disgregaba y cada uno iba a ir en busca de su propio destino.
Entre ellos había un proyecto de abogado llamado Yago Marín. Algo pasó. No cabe duda de que algo oscuro pasó durante aquel verano. Sin siquiera darse cuenta, en el interior de Yago se abrió una grieta. Una grieta tan pequeña como un alfiler. Una grieta que lejos de cerrarse, se fue haciendo mayor cada segundo y cuando Yago ingresó en la Facultad de Derecho, dentro de él estaba el germen de un desastre. Y un cuerpo joven es el mejor abono para una hierba buena y para una mala hierba.
Yago seguía instalado en su vida muelle sin notar que el "alfiler" se había curvado y se había convertido en anzuelo. A los dos meses de empezar el curso Yago se enamoró. Se enamoró de una manera loca de una compañera: Candela Lladró. Una joven encantadoramente guapa, inteligente y simpática. Era evidente que Yago no podía aspirar a menos, aunque jamás, jamás en su vida, fue una persona cerebral. Pero su corazón sí se dejaba atrapar. Y simplemente se dejaba llevar. Candela, sin saberlo y sin ninguna intención, dilató la grieta negra en el alma de Yago. El por qué es un misterio.
Todo había empezado tan bien... Eran una pareja feliz. Una pareja modelo en la Facultad de Derecho, de la Universidad Complutense de Madrid. Llegaban al bar y casi, se les hacía un pasacalle. Muchos los envidiaban, otros los admiraban y muchos no podían soportarlos. El por qué no es un misterio.
Alguien comentó medio en broma que Yago tenía ojeras y mala cara.
-Candela, cielo, deja al chico descansar
- Pues sí que os ha dado fuerte... - reían sus amigos.
Se sucedieron las bromas, pero en el estómago de Yago había un poso de hiel. Se iba dando cuenta de que su vida de niño de papá se había empezado a derrumbar... Quería con el alma a Candela, pero se sentía culpable de muchos episodios del pasado verano. De tantas chicas que había ido dejando caer tras de sí, de mala manera. El dinero, poco a poco se había volatilizado, sus ojeras eran cada vez más violáceas, sus manos estaban siempre frías y temblaban sin control y el dulce color verde uva de sus ojos tenía ahora el brillo mate del cristal machacado.
El anzuelo había enganchado a Yago por el alma. Él seguía siendo, en apariencia, el chico perfecto. Estaba enamorado, pero se daba cuenta de que no era feliz. Tenía demasiados episodios oscuros tras sus espaldas. Jamás contó nada: "Mí mal es mío. Sólo mío. Porque yo sólo me lo he buscado" Pero, ¡¡qué no daría por volver a esa juventud dorada, tan cercana en el tiempo!! A esos días en que su única preocupación era elegir una camisa de Massimo Dutti para lucirla en los bajos de Aurrerá. A esos días en los que vivía rodeado de bienestar. Del mismo bienestar del que gozaba hoy, pero que, sólo a sus ojos y a su entender, le empezaba a dar la espalda. Demasiadas capas de cieno bajo sus pies le hacían tambalearse y no tenía a quién, ni a qué sujetarse. Sencillamente había dejado de reconocerse.
Sabía que su padre, un reputado Juez del Tribunal Supremo, tenía una pistola. Una noche, cenó en familia, vio una película en la televisión: "De aquí a la eternidad" y se retiró a su cuarto, a estudiar, como todas las noches. Cuando calculó que todos dormían bajó al salón para llamar a su novia por teléfono, pero nadie contestó. Volvió a su habitación. Notó el aroma de colonia Atkinsons, tan familiar... No dejó ninguna carta. No culpó ni exculpó a nadie. Fue consciente de que la vida que había pensado para sí se le había escapado como arena de playa entre los dedos. Mandó un beso mudo a Candela, dejó correr lágrimas transparentes y limpias por su cara. Tan joven, tan vieja. Tan bella y tan horrible. Apuntó y disparó la pistola a su sien derecha. "¿Cómo se llamaba mi profesor de arte de tercero de B.U.P.?" Fue el último pensamiento que pasó por su cabeza Y Yago Marín, el joven perfecto, con familia y entorno perfectos, cayó al suelo para no levantarse jamás. Tenía diecinueve años.
Tejer la vida con puntadas de hiedra.

1) EMPEZAR A VIVIR:
En su habitación. Siempre en su habitación, haciendo nada. Pensando, escribiendo, leyendo, mirando por la ventana. Acaso eso no es nada? Para su padre lo es y su padre tiene fuerza en la familia. Esas miradas silenciosas, esas alusiones a la vida de sus amigas. Todas trabajando y algunas casadas y con niños.
Acaso no se daban cuenta de que sufría? Acaso no notaban en mis ojos cuando había llorado?
Yo era quien más interés tenía en salir de ese hoyo. Pero necesitaba una mano que tirara de mí. Era débil, cobarde y me había ocultado en un agujero del que clamaba a gritos por salir. Y milagrosamente, mi padre, del último que hubiera esperado ayuda, abrió una puerta en mi alma
- Cruz, mañana tienes una entrevista de trabajo en el vivero de mi amigo Mateo...
- En un vivero...? Pero yo...
- No hay peros. Te gustan las flores. Vas a trabajar allí. No te quepa la menor duda.
Mi madre me miraba condescendiente y esperanzada
- Pero, papá... Mañana???
- Mañana a las diez. Ya sabes dónde es
Una lluvia de escarcha fría cayó sobre mí: dejar mi cuarto, mi silencio amigo, mis pensamientos y mi soledad buscada... El pelo se pegó en mis sienes con sudor frío. El miedo me paralizó. Pero levanté la barbilla y me dije: iré al vivero. Seré valiente.
2) EMPEZAR A SENTIR:
Siempre se ha dicho que la tirita hay que arrancarla de la herida de raíz, pero yo siempre he sido un poco Escarlata O'Hara: "ya lo pensaré mañana". Ahora no tenía tiempo. Mañana había llegado.
Me hicieron esperar en una salita diminuta y allí apareció Mateo, el amigo de mi padre. Sin palabras de introducción, sin preguntas y sin preámbulos me dijo "Sígueme, Cruz".y lo seguí hasta lo que me pareció un jardín de cuento.
Ese vivero del que tanto hablaba mi padre, siempre me había parecido una amenaza que se iba aproximando (quizá porque es era la intención de mi padre: asustarme), pero fue cruzar aquel arco cubierto de hiedra y entrar en un mundo lleno de olores frescos y del mismo frescor. El miedo desapareció. Yo imaginaba un Averno y estaba entrando en el Paraíso. Siempre me ha sobrado imaginación. Porque siempre ha faltado compañía.
Fueron pasando los días. No contaba mi trabajo por semanas o meses. Cada día era una aventura. Y el protagonista de todas mis fantasías era Jordi. Jordi me salvó la vida, despertó mi corazón aletargado y me enseñó a sonreír en soledad.
Empezamos siendo "sólo amigos", como suele decirse y pronto me di cuenta de que era una amistad de verdad. A mí me bastaba con eso. No necesitaba que me quisiera. A mí me sobraba amor para los dos.
3) TEJER NUESTRA VIDA CON PUNTADAS DE HIEDRA:
Y siguió pasando el tiempo. Y mundo silencioso se volvió feliz. Con olor a azaleas, claveles, petunias, violetas y hasta hortensias, que sin tener aroma eran el perfume más delicioso.
Cómo puede cambiar tanto una vida? Es el amor suficiente o hace falta algo más?
El cúlmen de la felicidad que había sustituido a mi vida solitaria y cobarde, llegó el día en que Jordi...
- Cruz
- Dime
- Eso es lo que quiero: decirte
- Pues dime
- Y esa cara de susto?
- Tengo mucho miedo. Me parece que esta vida que me hace reír y divertirme. Que me ha transformado en otra persona, está a punto de acabar...
- Pues, sí. En cierto modo así es...
- Dime lo que sea, Jordi. Soy cobarde y muy valiente
- Cruz...
- Dispara derecho al corazón. Es lo único que siento vivo en este momento
- Quieres que tejamos nuestra vida con puntadas de hiedra? Nuestra vida de ahora en adelante. A partir de este segundo... Quieres?
- La hiedra tiene patitas. Patitas que se agarran a las paredes. Yo lo he probado y también se agarra a mis manos y es una sensación muy sensual...
- Estás llorando, Cruz?
- Pues, claro
Y ya no voy a volver a llorar de miedo, de pena, de soledad. Jamás.
Y a partir de ese segundo nuestra vida fue reír, gozar, querernos...
- Te advierto, Cruz, que no pienso ponerme ese lazo de pajarita de terciopelo granate. Mira, póntela tú.
- Cariño, la mía es azul cielo. A juego con mi traje azul marino. Te lo he dicho unas mil veces...
- Y los calzoncillos también irán a juego?
- Sí. A juego contigo en la noche de bodas. A juego, de jugar
- Cruz, siempre has sido el hombre más maravilloso del mundo?
- Nunca, mi amor. Nunca hasta que entré en el tuyo.



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