Ansias de Madre
- Pemeco

- hace 3 horas
- 4 Min. de lectura
La ausencia es un hueco invisible en el alma
El día que en el taller literario se me encomendó hacer un relato de: “Huella Emotiva”, lo tomé como un divertido desafío.
Cada vez que abría el programa Word en la pestaña Documento en Blanco, ninguna idea asomaba en mi mente que, como “trampolín” me lanzara al relato.
Pasaban los días sin lograr armar una sola frase. Fue cuando acudí y hasta supliqué a mis musas inspiradoras para que despertaran en mí alguna idea y: ¡¡NADA!!
Sólo llegaba a mí el sonido: “cri. cri” de grillos imaginarios que dejaban en claro que me estaban ignorando.
Fue como si “esas chicas” se hubiesen puesto de acuerdo para darme la espalda.
De repente, con malicia revanchista lancé al aire una lapidaria declaración dirigida a mis despiadadas musas:
- MUJERES!!: Las quiero, pero no las necesito.
Esas ingratas debían saber que nunca dependeré de ellas. Jamás serán dueñas de mí.
Al pronunciar la palabra MUJERES, una ráfaga de inspiración comenzó a dar vueltas en mí. Entonces afloraron recuerdos de mi vida. Incluso algunos que tenía olvidados. Fue cuando me dije:
- Si el relato debe ser emotivo. La pucha!!! Acá, pensando en mujeres tengo mucha tela para cortar. De repente, como señal de alerta escuché una voz en mi interior que me advertía:
- Ojo Jorge: ¿Estás dispuesto a bucear en la profundidad de tus aguas turbias ???.
- ¿Sos consciente que lo que pueda surgir será escuchado por personas que no te conocen??.
Haciendo oídos sordos a esas palabras, me zambullí en recuerdos de mujeres de mi vida, de quienes aprendí mucho. A veces a fuerza de golpes.
Como si me preparara para un viaje a lo desconocido, descubrí que en cada espacio de mi vida sentí la necesidad de una mujer a mi lado, para mimarme y dejarse mimar.
¿¿Sentí necesidades??: ¡¡Sí !!, sentí necesidades: Esas que callé, porque mi generación creció en la creencia que el mostrarse necesitado era la declaración pública de debilidad y así quedar expuesto y vulnerable ante el despiadado mundo.Todas mis necesidades pude vencerlas, negarlas u ocultarlas. Menos una: La evidente necesidad y dependencia de una mujer.
Conocí mujeres en los distintos escenarios de mi vida. Me gustaba relacionarme con ellas de distintas maneras. Me gustaba confiar en ellas.
Sin embargo, eso no ocurrió con la primera de las mujeres de mi vida, de quien me separé después de 14 años de vivir con ella. Y, aunque quise ocultarlo: La extrañé y la extrañaré toda mi vida.
Fue esa primera mujer que todo humano tuvo, a la que se la llama: ¡¡MAMÁ!!.
Eso ocurrió en la primera de mis vidas que terminó a los 14 años de edad en una calurosa tarde de diciembre en la Ciudad de Buenos Aires, cuando escapé de la última de sus palizas para no volver nunca más como hijo.
El espíritu de supervivencia salió en mi defensa ese día y me acompañó el resto de mi vida.
Ese mismo espíritu hizo que mi mente no recuerde momentos de mi infancia, ni siquiera de mi primera niñez.
A la vez algo ocurrió en mi persona. Creó una personalidad simpática que agradaba en distintos ámbitos, en especial cuando la energía femenina estaba presente.
Por eso fui siempre el centro de bromas pícaras entre mis amigos que conocí a los 15 años de edad. A veces esos amigos me decían:
- Ché, Negro ¡¡ Como te envidio!!. Me gustaría que las mujeres me traten como te tratan a vos.
Frase que luego adornaban con sus fantasías eróticas imaginadas por sus hormonas adolescentes. Lo que mis amigos nunca entendieron es que fui yo quien deseé haber sentido la relación que ellos vivieron con ciertas mujeres de sus vidas.
Con esas mujeres que los despertaban cada mañana con un beso. Un desayuno de chocolate con tostadas calentitas con manteca y dulce de leche.
Esas mujeres que los llevaban hasta la puerta del colegio y se quedaban mirándolos hasta que desaparecían en el pasillo.
Esas mujeres que jamás dejaron que les faltara un tibio beso antes de dormir, que les aseguraban el más lindo de los sueños.
Entonces ocurrió que, escribiendo este relato y en la posibilidad que la vida continue después de la muerte, mirando hacia el cielo dije:
- Mamá!!!, donde quieras que estés, quiero que sepas que agradezco todos los días de mi vida por haberme cobijado en tu vientre y permitirme nacer.
- Aunque no recuerdo mi infancia, no dudo que lo que recibí de vos es lo mejor que podías brindarme.
- MAMÁ, NO ES POR NECESIDAD, SINO POR RECONOCIMIENTO DE LA DIVINIDAD CON QUE DIOS TE CONCEDIÓ EL DON DE DARME VIDA, QUIERO QUE SEPAS QUE TU HIJO ÚNICO: TE AMA.
Así termina este relato que nació como un desafío del Taller Literario que nunca imaginé que sería tan fuerte.
Ahora, no es importante saber si gustó o no gustó el relato. Lo importante fue verme buceando en la profundidad de mis aguas turbias y volver a la superficie de la vida más liviano.
Quizás con algunas lágrimas. Pero, esas lágrimas que limpian. Esas lágrimas que fortalecen.



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