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1981. El bar Hades

El mito del eterno retorno a los bajos de Aurrerá


Cuando en 1981 se abrió el bar Hades (también llamado garito, antro, bareto) lo hizo lleno de polémica y lleno de leyenda. Pero por aquellos entonces ni la polémica ni la leyenda eran disuasorias. Al contrario. La noticia corrió como raya de cocaína y no veíamos el momento de adentrarnos en su sótano.

  

Tremendas colas y tres cachas en la entrada, tan compenetrados y semejantes que parecieran un solo hombre con tres cabezas. Nuestro grupo era conocido en todos los ambientes de aquel Madrid que empezaba a quitarse la chaqueta gris y no dudaba en llenar su melena de cabellos erectos como pinchos, sus orejas y su nariz en acericos y sus chaquetas en perchas cuadradas y tan exageradas como imposibles. Los chicos pintaban sus ojos con kajal y las jóvenes maquillaban sus uñas de negro. Todos delgados, embutidos en ceñidísimos pantalones de color eléctrico. Sombreros imposibles, zapatos de charol con plataformas de vértigo y , claro está, vasos de plástico llenos de combinados muy etílicos y bolsillos con papelinas de cocaína que se prestaban y pasaban de mano en mano. De nariz en nariz.


Pero el Hades era mucho más que eso: la entrada, muy oscura, controlada por el bien adiestrado Cancerbero, apenas dejaba ver un espejo gótico en el que aparecía la cara de un siniestro Caronte, con los ojos muy abiertos e inyectados en maldad. Unos ojos en los que los enloquecidos clientes tenían que depositar sendas monedas de 500 pesetas para acceder al interior. Y ahí, en el interior del Hades empezaba el verdadero espectáculo: luz inexistente. Sólo algunas bombillas rojas con diabólicas caras pintadas. Música satánica, paredes rezumando humedad, de las que salían brazos de cera y caras aterradas. El suelo era de falso cristal y dejaba ver hierbas del inframundo. Una laguna Estigia, por la que no había que pagar peaje.

  

Caronte ya tenía sus arcas repletas de monedas. En el suelo personas hechas un montón entre almohadones de raso te miraban con ojos vidriosos, mientras inyectaban fuego en sus venas. Nadie parecía escandalizarse. Estábamos en época de transgresión. Éramos libres, guapos, modernos. La casa familiar no existía y la libertad era total. Aunque en realidad estábamos en el verdadero Averno. El éxito del Hades fue tal que indefectiblemente decayó. El encanto diabólico se perdió y con el tiempo quedó sumido en el olvido. Pero durante años las almas que pululaban en la madrugada por los bajos de Aurrerá, retornaban a sumergirse eternamente en su interior dantesco...Muchos, demasiados de ellos dejaron allí para siempre su juventud canalla. Pero muchos más salieron sin ahogarse en su laguna Estigia. Sin llegar a ver jamás la cara de Hades y sin entender por qué habían querido pasar y habían pasado casi felices por el infierno.

 
 
 

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